Después del gran diluvio, Dios bendijo a Noé y a sus hijos Cam, Sem y Jafet, pidiéndoles multiplicarse: fue a partir de ellos que se pobló toda la Tierra. Dios también hizo la promesa divina de no destruir nuevamente la vida terrenal con otra catástrofe natural, e invitó a los descendientes de Noé que conformaron el nuevo pueblo, a interpretar el arcoíris como señal de su alianza de paz y de esperanza. Estos habitantes son símbolo de la repoblación humana.
La escena describe la armonía que se vivía al momento de la Creación, en el lugar de los bienaventurados denominado Paraíso o Jardín del Edén. Eva y Adán convivieron ahí en paz hasta que una serpiente, símbolo de hostilidad, engaño y enemistad, les ofrece el fruto de la tentación, representado con una manzana del árbol al que Dios les había prohibido acercarse, y del que ellos finalmente comen. De este modo, se observa a la condición humana como una dimensión de fragilidad y susceptibilidad.