María y José llevan a Jesús a Jerusalén para presentarlo en el Templo, tradición judía en donde el primogénito varón es consagrado a Dios. En el Templo estaba Simeón, hombre justo a quien el Espíritu Santo le reveló que no moriría sin ver a Cristo. La escena presenta a Simeón cargando en brazos al niño Jesús y orando a Dios, pues ya puede morir en paz. También la profetisa Ana estaba ahí, y alababa a Dios hablando a todos sobre el niño redentor. En el pasaje, el Templo es símbolo de la morada de Dios en el mundo terrenal.